El disco medicinal de Bunbury: Palosanto
Pablo Cristobo
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20/06/2014
Analizamos Palosanto de Bunbury, casi un año después de su lanzamiento.
Palosanto, Holly Wood, Salvation Mountain. Qué más da.
Palosanto es medicinal, un potente analgésico y vigorizante. Un disco que invita a instalarse en un rincón del salón, no demasiado cómodo, atenuar la luz, subir el volumen y darle a “play”.
Se encuentra usted ante un trabajo de precisión, de exquisitez, de maestro artesano, pero al mismo tiempo frágil y cotidiano. Unas gotas de exceso muy bien calculadas y una dosis de contención hacen de la última producción del artista zaragozano, al que la experiencia americana parece sentarle cada vez mejor, un alarde de rocanrol, ritmo, pausa y contundencia como pocas veces se ha visto.
Como un volcán dormido, que despierta escupiendo ráfagas de guitarras, pertrechadas por una base de bajo y batería que pega desde lo más profundo, unos arreglos y coros que en ocasiones se funden en la línea melódica, y la ejecución perfecta de unos apabullantes Santos Inocentes.
En esta obra confluyen las mejores facetas que marcaron la diferencia en trabajos anteriores. Volver a jugar con lo electrónico, lo instrumental, aderezar lo álgido con coros espeluznantes, susurrar en lo acústico y penetrar con el mensaje. Y todo ello unido con el fino hilo de una interpretación vocal cada vez más brillante, más personal y más incisiva. Un baile entre Europa y América, como una danza tribal oculta entre el viejo y el nuevo continente. Una mezcla de licor de destilería americana, de tequilas y ron añejo, de cerveza patria. Con guiños de un Nick Cave desgarrador y potente, o de un Dylan folk, poético y reivindicativo.
Palosanto es alivio y dolor, es certero (Despierta) y errante (Salvavidas). Habla de guerra y destrucción (Habrá una guerra en las calles/ Destrucción masiva), inspira esperanza y consuela a la vez. Es pretencioso (Más alto que nosotros sólo el cielo) pero humilde (Mar de dudas), te desgarra con fuerza, te zarandea y te da tregua, para justo antes de recuperar el aliento, volver a lanzarte, unas veces al aire, otras al suelo. Es conciliador (Hijo de Cortés) y reflexivo (Todo), y trágicamente nostálgico (Nostalgias Imperiales).
Pero donde verdaderamente Bunbury desconcierta es en la primera mitad del disco, donde brota -sin previo aviso- Los Inmortales, como un diamante arrebatado de entre la tierra y el carbón, en una atmósfera de noche trágica lunar que deja abiertos ojos, oídos y boca, y eriza la piel hasta casi despegarse.
Palosanto tenía un lugar reservado,-privilegiado-, al lado de Hellville Deluxe y Las Consecuencias, era su broche, su culminación. Le estaban esperando. Como tres hijos bastardos que con el tiempo engrandecen a su creador, por compartir tanto y tan poco. Pero este trabajo no se completa en su audición, ha sido concebido para la acción, para ser llevado a un show hoy sin precedentes, a un espectáculo donde como nunca, se desconoce si disfruta más el público o la banda, que en ocasiones parecen un único y sólido bloque con cientos de horas de ensayo a sus espaldas. El veredicto: júzguenlo ustedes mismos.