por
Marta Galán (Redacción Popes80.com)
"Y bueno, además siempre puedo coger la alcachofa de la ducha y
sentirme como Alaska" |
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Cuando me levanto por las mañanas, ni el
desayuno, ni los buenos días ni una sonrisa. Cuando me levanto, caigo en
que ha empezado un nuevo día con las primeras notas que canto en la ducha.
Es ahí cuando digo: “Parece que estoy resucitando”. Cuando salgo de casa,
voy de camino al trabajo tarareando la misma canción que canté en la
ducha, y que seguramente me acompañará durante todo el día. Cuando me
enfado por algo, canto para relajarme, y cuando tengo miedo, y cuando
estoy contenta.... Canto, canto, canto. Canto lo que haya escuchado en la
radio al sonar el despertador, lo que cantan otras personas (hasta se me
pega lo nuevo de Bisbal), lo que me venga a la memoria. Canto. Me encanta
cantar. No sabría decir cuántos años hace que le digo a mis amigas que
quiero ir al karaoke, pero nunca ha salido el plan. Una vez fuimos, pero
había mucha gente y nos marchamos. Luego otra vez a Natalia le dolía
garganta. Luego que si se nos hacía tarde... El caso es que siempre me
quedé con las ganas de entrar.
Pero mi amiga Bea se compró hace unos días el Singstar pop. ¡Bueno, qué
alegría me llevé!¡Cantando con música y con micrófono y encima con
público!, pensé. ¡Las cinco en casa tomando algo y cantando hasta
desgañitarnos! Mi sueño, vamos. Nos reunimos el jueves alrededor de la
Play. Tengo que decir que la Play y yo pertenecemos a mundos diferentes:
no he tocado un mando en mi vida, pero he oído que han sacado la versión
rosa y encima tenemos el Singstar, así que he estado pensado en un
acercamiento...
El caso es que ante mí se abrió un amplísimo
abanico de posibilidades: Amaral, Loquillo, Gabinete Caligari, Marta
Sánchez... No sabía qué elegir. Me decanté por Idiota, de los Ronaldos, y
cuando empecé me di cuenta de que eso era mil veces peor que un karaoke.
Bueno, es que en el karaoke basta con leer y entonar. Aquí tenía que
competir con Mónica “miss piquito de oro”, y encima cada vez que abría la
boca la maldita Play me estaba sometiendo a examen. Nada de canto, un
canteo. Terminé la canción casi sin aire, después de repetir mil veces o
más “te lo digo a la cara, te lo digo a la cara te lo digo a la cara te lo
digo a la cara...”, y cuando miré la pantalla, después de mi gran recital,
me cayó un jarro de agua fría. Apenas podía creer lo que ponía en la
pantalla: “Sin oído”.
-“¿¿Sin oído??”, ¿qué quiere decir con eso
de “sin oído”?, pregunté, esperando un poco de apoyo del resto de
triunfitas de la habitación.
-Mmm... sin oído quiere decir eso, Marta, sin oído. Que has cantado fatal,
me contestó Noe, siempre tan diplomática.
-¡Pero es que he elegido la canción más difícil! Me defendí. Miré a mi
alrededor y todas estaban bebiendo, o haciendo que bebían, supuestamente
para preparar la garganta, aunque me pareció que era más bien una forma de
escaqueo.
Una ronda después lo intenté con Iguana Tango. Conocía perfectamente la
canción y parecía mucho más fácil. Lo di todo, en serio, lo di, me
entregué: “Te perdiiiii y no supe ver tu necesidad tus ganas de huir de
echar a volaaaaar”... Resultado: “Aficionada”. Le pregunté a Bea si no
podía ser que se le hubiera estropeado la maquinita esa, sobre todo porque
ellas lo hacían infinitamente peor y sus puntuaciones eran increíbles. Que
si una era una promesa, que si la otra era ya una artista, Mónica la
superestrella... Dije que íbamos a molestar a los vecinos y que era hora
de que se acabara el juego, claro. Y encima se echaron a reír porque me
molesté.
Entonces lo vi claro. Entendí perfectamente por qué en cinco años jamás
habíamos tenido la oportunidad de entrar en un karaoke. ¡No querían
escucharme cantar! Me enfadé mucho. Me sentí como si me hubieran estado
ocultando un secreto que todo el mundo sabe menos yo. Y trataron de
tranquilizarme. Por lo visto canto fatal.
Al día siguiente cogí a mi hermana y me la
llevé a un karaoke. Allí nadie me juzgó. Canté con gusto “Cuando brille el
sol”, “Cosas de la edad”, “Una calle de París”... Todo lo que pude lo
canté. Canté, canté y canté hasta que me quedé sin saliva. Mi hermana me
acompañaba estupendamente y hasta nos aplaudieron, muy diferente al jueves
con mis “amigas”... Ahora por lo menos no volveré a insistir con entrar
cuando pasemos por delante del karaoke. Cuando tenga ganas de cantar con
micro, se lo diré a mi hermana, no me importa. Y bueno, además siempre
puedo coger la alcachofa de la ducha y sentirme como Alaska. Y por cierto,
no tengo la más mínima intención de comprarme la estúpida Play.
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