En casa de los Ferreiro
Conocí Coruña a bordo del coche de María y acompañada de una sola canción: Piensa en frío. Bordeamos toda la costa en coche mientras me enseñaba su ciudad. De vez en cuando nos bajábamos para disfrutar de los acantilados, ver la torre de Hércules, o descubrir un gaitero perdido en mitad del monte. Cuando volvíamos a subir al coche, poníamos la misma canción. Fue una obsesión compartida: una tarde, una ciudad y una canción de Iván Ferreiro que nos atrapaba y que, por entonces, era una versión no oficial en directo.
No podría explicar cómo ni porqué, pero hay músicos, voces y canciones que te envuelven y se vuelven imprescindibles. Discos de esos que te llevas cuando vas de viaje y sólo puedes llevar contigo unos pocos cd's. Escuchas sus canciones y las sientes como tuyas, porque conectan contigo, a veces por lo que cuentan y otras por cómo lo cuentan. Por su forma de expresarse o de percibir las historias. Y en la maraña de historias y de músicas, de voces e instrumentos, ocurre algo curioso: no sólo conectas con lo que hace ese músico, sino con lo que hacen el resto de los que están a su alrededor, compartiendo escenario. Aunque, muchas veces, no somos conscientes de ello.
Es la historia de Amaro Ferreiro. Acompaña a Iván desde que acabó Piratas, y es culpable de canciones tan increíbles como ese Piensa en frío, Turnedo o SPNB. Temas que hemos conocido en la voz de Iván, pero que salen del puño y letra de su hermano. Sí, ese que estaba a su derecha, en la sombra, empeñado en afinar su guitarra una y otra vez mientras la gente memorizaba sus canciones y las convertía en compañeras de viaje. Amaro se curtió en el escenario acompañando a Iván en Canciones para el tiempo y la distancia y Las siete y media, y así, sin querer, se fue haciendo un huequito en nuestros oídos, convirtiéndose en un viejo conocido; cosiéndose al bolsillo de nuestro pantalón, como dice su tema Bordadita.
Amaro ha salido del nido, ahora vuela solo, con La ciudad de las agujas. Un disco que suena familiar y a la vez desconocido. Le ha servido de mucho el aprendizaje: ha probado sus canciones en público y ha visto que conectan, ha creado su propio lenguaje de contar historias, salpicado de imágenes cotidianas y conceptos e ideas a medias, como sus canciones Tristeliz, o Sentimentiras. Ha logrado crear sonidos envolventes, potentes como La gran pantalla o Ninguna parte, con tintes melancólicos, y lo más difícil: sonidos propios. Sabe que es difícil, pero él se ha lanzado sin red pero seguro.
Hace algún tiempo conocí a Mon, un primo de Iván y Amaro, que también es músico, buen músico. La pregunta era inevitable: ¿sois una familia muy grande o todos os dedicáis a la música?. Él me dio la clave: mi abuela tenía siete hijos, y cuando éramos pequeños, compró un hotel y se lo regaló a toda la familia. Vivíamos allí todos juntos. Yo me he criado con Iván y Amaro como si fueran mis hermanos. La anécdota me hizo sonreir. Me imaginé la algarabía de notas y acordes que habría en casa de los Ferreiro, la casa de la música. Me hubiera encantado escuchar lo que oyeron sus paredes.