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Popes80 | 1 noviembre, 2024

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 Vendedores de enciclopedias

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A nadie se le escapa que nos encontramos en el centro de un torbellino cultural. Un torbellino que se ha propuesto desolar nuestros conceptos más férreos con la misma rapidez que los niños dejan de utilizar la “qu” para utilizar la fastidiosa “k” en sus mensajes de texto.

Aunque nos resistamos a ello, el CD se nos ha vuelto un objeto extraño; un trasto antiguo que olvidar en las estanterías en las que no sabemos qué poner. De este modo, mientras unos ponen flores ante la tumba del formato que aseguraban era la panacea, otros se dedican a volver a comprar vinilos y a decir que lo que mola es limpiarlos, poner la famosa cara B y saborear con delicadeza los ruidos que hace la aguja al rozar el surco…

Mientras en los estudios de grabación los ingenieros intentan lograr las últimas proezas y lindezas sonoras, la mayoría de los mortales se destroza los oídos escuchando su resultado en pequeños reproductores de mp3 que comprimen y deforman cualquier parecido con la realidad.

La música está más viva que nunca, dicen unos. La actual situación nos lleva al desastre, dicen otros.

Pero, ¿cuál es el sitio de los nuevos artistas en el mercado? ¿sigue existiendo una remota posibilidad de dedicarse a la música?

Hace sólo 20 años, las discográficas, en su afán por generar más dinero a sus arcas se dieron cuenta de que habían descubierto la fórmula para seguir permitiéndose viajar en primera y generar más ingresos: el cambio de formato. El preciado plástico negro, que tan buen resultado había dado hasta el momento en sus diferentes formatos (single, E.P, L.P… ) y sus hermanas pequeñas, las cintas de cassete, debían ser sacrificados en aras de la revolución tecnológica. El nuevo formato era más pequeño, sonaba mejor, no se rayaba nunca y duraraba eternamente. No pocos alucinábamos con el diseño y dábamos vueltas al círculo plateado buscando los surcos, como tratando de encontrar las canciones que se encontraban dentro de aquel posavasos futurista.

Por si fuera poco, el negocio era “redondo” y los ingresos se multiplicarían por varios ceros, ya que el consumidor de música querría volver a tener todos sus discos antiguos y colecciones en este nuevo formato. El antiguo catálogo de los Beatles, Rolling Stones, Bob Dylan… que ya se había rentabilizado de sobra, y que había hecho y seguía haciendo de oro a la casa discográfica de turno, volvería a ser la gallina de los huevos de oro. Un negocio perfecto, en una industria perfecta… al menos, de momento.

Mientras tanto, los artistas seguían sacando sus discos, siendo esclavos de sus discográficas y de sus contratos leoninos… pero vivían bien. Nadie dudaba de que, si querías tener el último single de ese artista que te gustaba tenías que ir a la tienda más cercana y dejarte unas tres mil de las antiguas pesetas en un trozo de plástico de 30 x 30, lo que reportaba unos royalties mínimos, unos derechos de autor y unas galas de verano que posibilitaban seguir componiendo y soportar la difícil tarea de gustar a público y crítica.

Por su parte, las radios eran un monopolio único. Muy sencillo: si querías sonar… debías pagar. La radio ofrecía una repercusión que nadie más podía dar y el impuesto revolucionario (al menos si eras un artista nuevo) debía correr por cuenta de las discográficas. Éstas, a sabiendas de que su negocio y sus ganancias dependían de que tal o cual artista estuviera bien promocionado no dudaban en dar una pequeña parte de su porción. Ya se sabe, siempre es mejor dar la guinda de un gran pastel, que quedarse con las migas.

Mientras tanto, los estudios de grabación vivían una época dorada. Nadie podía equiparar el sonido que se lograba en los míticos estudios “Track” de Madrid, con una grabadora casera de cuatro pistas.

Gracias a los avances tecnológicos, a lo largo de la historia se han podido multiplicar el número de copias de libros, se han podido grabar nuestros discos de cabecera, se ha facilitado el acceso a la cultura a millones de personas… pero quizá “más” muchas veces se convierte en “menos”.

Con la llegada de las copiadoras de CD's y DVD's y la aparición de aparatos reproductores que llegan a almacenar miles de discos en sólo unos centímetros, la industria musical se ha encontrado con el diablo llamando a sus puertas.

Lo que nadie adivinó en el momento de crear el CD es que, años más tarde, aquel formato indestructible se multiplicaría con la misma rapidez que un gremlin en una piscina olímpica. La venganza vendría en forma de boomerang, una vez más amparada por la codicia.

La aparición del mp3 dio lugar a nuevas plataformas en internet, que eliminaban eslabones de la tediosa cadena de interesados. Hoy en día y desde un programa informático, puedes escuchar y descargarte la última canción de tu grupo favorito. De este modo, la discográfica, el estudio de grabación y las tiendas perdían el poder del que habían disfrutado en otras épocas. Ahora, alguien desde su estudio casero podía grabar una canción en Barcelona y al segundo de colgarla y en un solo clic un Australiano la estaba escuchando y guardándosela en su ipod casi en el otro extremo del mundo. Y, lo mejor de todo, a un coste cero. Obviamente, a un coste cero para el que se descarga la canción, ya que los costes de grabación y el tiempo que le lleva al artista hacer su tema no valen dinero (“son artistas… no comen mucho”). Mientras todo esto pasa, la plataforma genera ingresos por sus grandes acuerdos por publicidad. El negocio sigue siendo redondo, aunque para menos personas. Las discográficas no pintan nada y sólo se pueden limitar a olfatear lo que se mueve en la red; la mayoría de estudios de grabación cierran sus puertas ante las bajadas de tarifas a precios de risa y el avance de los estudios caseros que cada día consiguen una mayor calidad de sonido; los artistas han perdido a sus mecenas (discográficas), no ganan nada de sus grabaciones aunque, según muchos, ganan en libertad y pueden ser escuchados al momento.

Las radios, sin embargo, dejan de ser el único canal y se sienten amenazadas; entre sus soluciones en la cruzada por recuperar el público perdido está la creación de un radical sistema de audiencias llamado “call out” (si una canción no pasa el “call out” no merece la pena que dure ni dos segundos más en las ondas) y volver a la antigua lista de “old hits” (¿para qué quiere Seguridad Social hacer más singles nuevos si “Chiquilla” es una canción que siempre nos da buenos resultados en el call out?). Como vemos, el artista pierde más del 50 % de su sitio en la radio con canciones que pertenecen a otras décadas y deja de sonar por la tiranía del call out. Para quien no lo sepa, el call out es una encuesta telefónica en la que, tras unos segundos de una canción te preguntan cosas como: ¿Te ha gustado? ¿sabes a qué grupo pertenece? ¿qué te parece este grupo? etc. Obviamente, los grupos nuevos y los ya famosos que se arriesgan demasiado con canciones “poco comerciales” son expulsados del jardín de los elegidos al momento. Muchos son los grupos conocidos (La Cabra Mecánica, Coti… ) que suenan hasta la extenuación con un determinado single y que, al sacar un nuevo álbum caen en el mayor de los olvidos. Ésta es la razón por la que las radios siempre ponen a los mismos grupos y, casi siempre, las mismas canciones. También es la razón por la que es tan difícil que un grupo hoy en día tenga un boom de popularidad como hace unos años y se mantenga en el candelero. Las radios deben apostar por valores seguros y la fidelidad del público está obligada a los grupos conocidos que consumen. LODV, ECDL… son sólo algunos que han logrado darle la vuelta a la situación. La radio necesita al artista y no alrevés.

Ahora, imaginemos a un alcalde de la España más profunda. Imaginemos qué tipo de música puede llegar a escuchar. Obviamente, salvo en casos muy extraños, no me imagino a este alcalde buscando los grupos a contratar para las fiestas de su pueblo en Myspace. Por ello, como volvemos a ver, el grupo o el artista que graba sus canciones en su casa y las cuelga en myspace no hace una extensa gira de conciertos que le hacen millonario. Aquella famosa frase de “el artista gana de los conciertos” es algo muy relativo, ya que es cierto que el artista gana dinero de los conciertos, pero… ¿qué artista? Obviamente los que tienen una promoción nacional importante y son conocidos por la gente de forma mayoritaria. Volvemos de este modo al artista que hace sus canciones, las graba en su casa y las cuelga en Internet: ¿cuánto dinero va a ganar haciendo conciertos por España? Es obvio y un hecho comprobado que la mayoría de las giras nacionales que funcionan son las de grupos con una trayectoria importante y años de promoción o las nuevas hornadas de grupos o cantantes efímeros salidos de concursos o series de TV.

En resumidas cuentas, el panorama actual al que llegamos es el siguiente:

– las discográficas se hunden lentamente. Tratan de sacar sus productos (casi a la mitad del precio de hace años) con todo tipo de regalos (camisetas, DVD's, usb's, libros, etc.), pero se apuran a recoger los últimos restos de su esplendoroso pasado.

– los estudios de grabación cierran sus puertas. Sólo sobreviven algunos de ellos en condiciones muy por debajo de lo que los nuevos aparatos y la tecnología cuestan.

– Las radios siguen su viaje a ninguna parte. Siguen pinchando artistas conocidos, apostando por dos o tres al año (de los que se aprovechan con conciertos gratuitos y galas especiales para sus proyectos comerciales) y se mantienen muy por debajo de la popularidad de hace años. Las radios ya no venden discos, pero hacen a un artista popular que puede hacer conciertos por toda España. En los últimos tiempos, no son raros los acuerdos radio-oficina de management con porcentajes en las galas de los artistas a promocionar.

– Las plataformas de Internet, amparadas en que el que sube las canciones es libre de hacerlo y con frases como “somos la democracia de la cultura”, siguen cerrando campañas publicitarias con las que obtener unos beneficios suculentos (“que el artista sea el bohemio, no quiere decir que nosotros también lo tengamos que ser”).

Y, en el último punto, en la habitación de una casa, componiendo una nueva canción, encontramos al artista. El artista que ha perdido a su mecenas (ya no es la discográfica que le paga sus discos y sus royalties), ya no es la SGAE en forma de derechos de autor (las canciones que se suben en la red no generan estos derechos), ya no suena en la radio porque nadie lo conoce ni le paga las caras campañas de promoción, ya no hace bolos porque nadie quiere contratar a un completo desconocido, aunque tenga miles de visitas en su perfil de myspace… en definitiva, el artista ya no puede dedicarse de forma plena y única a la música.

Los músicos que aparezcan en los próximos años deben saber que profesionalizarse es casi imposible, que deberán hacer y grabar sus canciones cuando salgan de sus trabajos, que deberán limitarse a tocar en locales en los que vayan a taquilla (es decir, ensayas, compras instrumentos, tocas… y después te llevas una parte de cada una de las entradas que tus colegas y familia hayan querido pagar por ir a verte)… Y asi, los músicos de hoy en día nos sentimos como antiguos vendedores de enciclopedias que pierden su trabajo porque todos se han dado cuenta de que el conocimiento no ocupa lugar. Antiguos vendedores de enciclopedias que en una cruzada romántica llaman a tu puerta para preguntarte si te importa, si te da igual… que te toque mi última canción.