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Popes80 | 29 marzo, 2024

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Nunca dejes de publicar la leyenda

Nunca dejes de publicar la leyenda
Itxu Díaz
  • On 10 diciembre, 2019
  • http://www.itxudiaz.com

El cactus ha florecido en las ruinas de la casa de Doniphon. Stoddard regresa a Shinbone. El tiempo ha pasado y el hombre que mató a Liberty Valance ha muerto en el olvido. La flor testimonial señala el ataúd de Doniphon, John Wayne. Stoddard quiere contar la verdad. La melancolía y la culpa. Habla largo rato con la prensa. Intenta escapar de su historia. Pero el director del Shinbone Star, se levanta y arroja al fuego las notas que ha tomado durante la entrevista. No escribirá en contra de la leyenda. “Esto es el Oeste”, le dice al personaje envejecido que encarna James Stewart, “cuando la leyenda se hace realidad, publica la leyenda”. Suena El último clásico. “Cuando tengas miedo / no busques nada nuevo”. Todo tiene un sentido: “en un mundo de apariencias / necesitas referencias”.

Arde un cartel de Loquillo. Es el fuego en el que brasean los que han querido condicionar la leyenda. Su llama no declina, crispada por el viento del vinilo. Es la melodía de Los buscadores, un incendio de rock. El disco podría terminar ahí. Luis Alberto de Cuenca y Loquillo. Los versos del poeta. Los referentes comunes. La vida que vivieron. Los códigos compartidos. Relatado como revelación de identidad: “Somos vinos de una misma tierra / vikingos leales a su clan / samuráis de idéntico linaje / caballeros buscando el Santo Grial”.

Si el código está claro, si Stewart y Wayne ya pueden descansar en paz ante la mirada torva de John Ford, es hora de que salga toda la big band. Loquillo tiene a los mejores. A estas alturas de la fiesta, es importante ser la fiesta. Por eso Somos lo que defendemos no suena, explota. Música de baile y “tierra quemada” para ver marcharse el tren de Shinbone con la promesa de que nada será igual, menos la nostalgia de un viejo rock. Nos anticipa El último clásico: “En el mundo postmoderno / no han dejado nada eterno”. La candela respira. El cactus aún florece sobre el féretro. Loquillo no ha hecho un disco, ha inaugurado un género, la reacción de lo clásico.

Lo importante es amar, asoma Leiva, que ha compuesto otra vez en la piel del Loco; más, que ha pensado en su banda, en su disco, en su manera de estar en la vida y la música. Más; que ha querido eternizar con acordes cada palabra: “La metralla y la prisión perfectas”, porque sabe que no es una historia cualquiera, sino una canción que habla del “último amor de un hombre / que dio casi todo hasta el final”.

Los disparos de Gafas de sol claman por un directo. La gira está cerca. Todo se amontona en el huracán del estribillo, que esculpe y detiene al personaje en el mármol de su personalidad: “Sé que si me paro me revienta el corazón / no hay nubes en el cielo pero sí gafas de sol”. Y tal vez porque Los sonidos son ideas, que nos aclara que es imposible disparar a quien ha venido para siempre: “No me concedo descanso a ninguna edad / busco la puerta de embarque hacia la eternidad”. El poso de una guitarra furiosa y la reminiscencia de Liberty Valance: “la mentira perfecta se adorna con la verdad”. Los papeles todavía en llamas. Es la vigencia de la leyenda.

Al rock de atmósfera densa de Como un nada le crecen las confesiones de gigante: “Y me siento solo aunque viaje con gente / último aviso para este poema urgente”. Recoge el guante Igor Paskual, en Creo en mí. Otra vez la guitarra da el pregón. Rockabilly, vinos viejos, y recuerdos de chicas capturadas en postales sepia. Loquillo no es todos. Loquillo no es una nación. Loquillo es tan solo una canción. La suya.

Una nostalgia de modernidad, entremezclada con las luces de baile, se cuela entre los acordes de La vampiresa del Raval, un bombazo firmado por Marc Ros de Sidonie para hacer temblar las tablas y que, al tiempo, ayuda al Loco a completar las referencias emocionales de este disco aferrándose al asfalto barcelonés: “Y dime tú quién se acuerda de ti / quién se acuerda hoy de ti / tan joven y tan muerto / tan fuera de tu tiempo”. El fuego quema pero no consume. Crece y da luz.

La leyenda emerge y pronto rozará el cielo en una danza de despedida hacia la posteridad. El resucitado. La obra y el arte. El final del western. Cuántas veces nos ha salvado una canción. Cuántas horas hemos abandonado huérfanas en la pared de un pub, en la piel gastada de un viejo café, cuando la chica a la que le dedicamos la canción se marchó del Cadillac. Es Santi Balmes componiéndole una ópera rock a la bohemia. Los mejores se juntan. La canción de las canciones, al ritmo frenético de una juventud que se resiste a dejar de chasquear los dedos. Imposible permanecer impasible. “Ya nada puede pasar” son las últimas palabras.

Flirtean vientos por el cielo. El rock juega a funk. Y se desvanece, como se alejó el tren de Shinbone. James Stewart tiene nevados los cabellos. Nos mira con franqueza y melancolía. Deposito El último clásico sobre el ataúd de Doniphon. E inclino levemente la cabeza. La leyenda continúa. Tomo otra vez entre las manos John Wayne. The Man Behind the Myth. Aún queda noche para los burladores de la monotonía posmoderna. Arde la llama. Mañana será ayer.