La muerte de Enrique Urquijo
- Itxu Díaz
- On 16 noviembre, 2019
- http://www.itxudiaz.com
* Ofrecemos un avance del capítulo del mismo nombre incluido en el libro Nos vimos en los bares de Itxu Díaz.
Noviembre se desplegaba blanco y gris. Lleno de libros y luces macilentas de madrugada. Yo había pasado una de esas noches que parecen inspiradas por los párrafos más siniestros de Lovecraft. Tenía aún la bruma del sonámbulo y el frescor afilado de la mañana. Ese instante en que el aire de la calle recorre por primera vez la habitación entumecida. Sonó el teléfono inexplicablemente temprano. Mi hermana Carmen:
– Ha muerto Enrique Urquijo.
Tenemos una extraña vacilación ante la noticia de la muerte, que es algo más extraño aún. El cerebro y el corazón desesperan buscando una salida: no es posible, tiene que haber un error, tiene que haber una solución. Incluso los creyentes nos revolvemos contra la muerte, quizá porque antes que creyentes somos hombres. Y con más razón aún: que uno reacciona colgado del teléfono con el impulso de gritar “Dios es mi amigo, me conoce bien, esto lo arreglo yo. ¡Póngame inmediatamente con Dios!”.
Las cosas no funcionan exactamente así. Enrique Urquijo había muerto y no era Lázaro. Así que, en efecto, me arrastré a un oratorio y desconsolé unas lágrimas y unas oraciones por su eterno descanso, por su familia, por su hija María (Agárrate a mí, María). Y me vino un pensamiento a la cabeza que siempre me ha acompañado: Dios ha de hacer algo especial por aquellos artistas que han hecho tanto bien, que han alcanzado tantas veces la belleza, que han hecho sentir tan humanos a tantos hombres. La misericordia sentimental. No sé.
Programas especiales, el llanto de los seguidores, la incredulidad de los amigos. La radio y la televisión se inundaron de imágenes y canciones de Los Secretos. Su líder había aparecido muerto en Madrid, en el portal del número 23 de la calle Espíritu Santo. Aquel anochecer se había presentado muy frío, no más de 3 grados en el termómetro de la capital. Encontraron su cuerpo sin vida en torno a las nueve de la noche del miércoles 17 de noviembre de 1999. Un telón negro y denso cayó sobre la historia del pop español.
No era el primero ni sería el último. Pero era Enrique Urquijo. Tenía 39 años. Y hacía ya meses que había decidido arrojarse al camino de la luz y la belleza artística, madurada su voz, su poesía, su manera de componer, el sonido tan puro y vitalista de sus nuevos éxitos: Pero a tu lado, con Los Secretos en 1995 o Desde que no nos vemos, con Los Problemas,en 1998.
El golpe para Los Secretos parecía definitivo. Habían superado la muerte de su batería Canito, cuando el grupo aún se llamaba Tos. Aquello fue en la Nochevieja de 1980 en un accidente de tráfico. El concierto homenaje a Canito celebrado el 9 de febrero de 1980 en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid suele considerarse el pistoletazo de salida de la movida madrileña. Allí se habían juntado Tos, Mermelada, Alaska y Pegamoides, Nacha Pop, Trastos, Paraíso, Bólidos, Mamá, Mario Tena y los Solitarios, en una actuación que fue retransmitida por Carlos Tena y Diego Manrique para Onda 2. Ambos periodistas valoraron aquel concierto como la presentación oficiosa de la Nueva Ola Madrileña: el colofón de aquel homenaje, Ahí viene la plaga, en versión conjunta con todos los grupos participantes tocando sobre el escenario, parecía señalar la dirección de los vientos musicales dominantes en el epicentro del pop nacional. Justo es resaltar que el concierto homenaje al fallecido fue una fiesta, una fiesta respetuosa –no en vano estaban presentes los padres de Canito- pero, a fin de cuentas, una alocada y prometedora juerga popera.
Aquellos primeros Secretos se sostenían en los tres hermanos Urquijo: Enrique, Álvaro y Javier. Acompañados de un batería, primero el fallecido Canito y más tarde Pedro A. Díaz. Pasarían varios años hasta que los actuales Ramón Arroyo y Jesús Redondo aportasen su talento a cada canción de Los Secretos. Aunque la banda a la que se prometía un futuro más serio y profesional entre las del cartel del homenaje a Canito era Nacha Pop, el Déjame de Los Secretos ya había comenzado a enloquecer a su público.
Otra peculiaridad del homenaje al batería de Tos fue la aportación de Mermelada. El grupo de Javier Teixidor –hoy J. Teixi Band- se prestó para ofrecer su equipo musical a todas las bandas participantes, evitando el caos de cambiar de escenario cada dos canciones, algo que habría dificultado aún más la retransmisión en directo a través de Onda 2.
De la actuación de Alaska en Caminos, los observadores destacaron lo mucho que había mejorado el grupo en directo, además de la novedad de la incorporación a sus conciertos de una percusión electrónica, más tarde pieza esencial en la vida musical de la diva de la Movida.
En cuanto a Paraíso, el grupo de Fernando Márquez El Zurdo, los críticos de moda aseguraban que daría mucho que hablar en los años siguientes. No fue para tanto y hoy su olvido es tan injusto como descriptible. Cuando llegaron a la Escuela de Caminos aún no habían editado Para ti, sin embargo Tena y Manrique ya aludían a esta canción durante la retransmisión en directo, al tiempo que se anunciaba a El Zurdo como uno de los mejores letristas del país. Culto, adictivamente minoritario y eminentemente libre. Así lo conocí yo muchos años después en La Botellita de Majadahonda, cuando vino a cantar a una fiesta de Popes80. Era el segundo aniversario de la fundación de nuestra revista. Interpretó un par de canciones junto a Casilda de Los Modelos, las fotografías de mi colección personal ya se están oscureciendo pero aún reflejan la intensidad y la emoción del reencuentro sobre las tablas tantos años después.
Los primeros 80 fueron tiempos de etiquetas y de tribu. De promesas y cosas por hacer. Por eso las miradas reposaron pronto sobre el grupo liderado por José María Granados. En Caminos cantaron Chica cruel y Mi chica ideal. Los locutores de Onda 2 habían asegurado al grupo un éxito masivo inmediato. En algo no se equivocaron: lo de Mamá eran ritmos pop fácilmente asumibles y letras que con el tiempo madurarían hasta hacer de Granados uno de los más venerados letristas de la historia del pop español. Pero no deja de impresionarme pensar que aquello era tan incipiente, por no decir improvisado, que ni siquiera los que estaban en el ajo conocían bien los detalles: Cuando el periodista musical Diego Manrique presentó a los artistas dijo aquello de “son Mamá o Mama, como queráis”. Ciertamente, era lo mismo pero no era igual, acudiendo a la expresión del célebre spot de Martes y Trece sobre el detergente Gabriel.
Tiempo después de aquella cita con la historia pop en Caminos, el grupo de los tres hermanos Urquijo tuvo que superar también la muerte del batería que sustituyó a Canito, Pedro A. Díaz. Los grupos de los 80 eran más compactos que los que hoy vemos, cuando a menudo la banda gira con naturalidad en torno a un líder, cambiándose baterías y bajistas sin mayor trauma.
Tanto Canito como Pedro A. Díaz eran también compositores. Canito firmaba canciones como Me aburro, y Pedro A. Díaz, además de cantar, había compartido con Enrique o Álvaro la autoría de temas como No supe qué decir, Todo sigue igual o Ahora que estoy peor.
No son canciones menores. Me gusta detenerme en No supe qué decir. La historia de tantas noches de adolescencia. La chica que te atrae. La del pelo largo dorado y los ojos azules. Asoma solo algunas veces entre las sombras del bar. Solo algunas noches. Pero tú la esperas todas. Quizá demasiadas. No creo que a ella le guste estar con alguien que vive pegado a la barra del bar. Punzante paradoja: estás pegado a la barra de un pub para estar con ella. Entonces aparece. La claridad de sus ojos te congela y no sabes ni devolver una sonrisa. Te vence su fantasma. Suena hueca y angustiada la voz de Enrique Urquijo: “Noche, es de noche otra vez, | lejos del atardecer | Mis ilusiones vuelven y tus ojos al brillar | me invitan a una noche sin final”. Pero… “Noche, es de noche otra vez, | y yo estoy solo, lo sé | Me miraste a los ojos y no supe qué decir | ya no tengo palabras para ti”.
Álvaro Urquijo me contó alguna vez que lloraron mucho la muerte de Canito. Y que, sin embargo, cuando se produjo la de Pedro A. Díaz, parece que la piel se les “había endurecido”. Habían visto caer ya a otros compañeros de generación. Unos en la carretera y otros entre las jeringuillas del lavabo de la canción Pongamos que hablo de Madrid. La cara de la muerte no era nueva. Sin embargo, la de Enrique Urquijo era indudablemente el final. Ni Los Secretos podían superar un golpe así. Pero ocurrió algo inesperado. Como un renacimiento.
Sigue leyendo este capítulo en el libro Nos vimos en los bares, una historia sentimental del pop español. Itxu Díaz, 2019. Editorial Homo Legens.