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Popes80 | 19 marzo, 2024

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Como plomo en los zapatos

Como plomo en los zapatos
Itxu Díaz
  • On 3 septiembre, 2019
  • http://www.itxudiaz.com

Oigo la voz de Eva Amaral cantándole a la soledad en su nueva canción. Se yerguen de una vez todos los treintayunos de agosto. Procesionan en la playa de Riazor. Está baja la marea. Tiene el mar lagunas negras donde hace unas semanas había brillos a esta hora. Qué rápido se va el sol en esta época, como si llegara tarde a la capilla ardiente de su juventud. Andan enloquecidas las gaviotas, extintos ya los veraneantes. Quedamos los solitarios en el andén del Playa Club, los que esperamos entre el vapor de sal a ver alzarse septiembre.

Otro septiembre en el respaldo de un tren con las voces cálidas de Carlos Goñi y Diego Vasallo, con la tristeza del Cambio de planes de Enrique Urquijo, con la voz deslumbrante de Amaral. Eva y Juan nos han dejado otro par de himnos para la despedida de un verano, como hace tantos años, cuando en las paredes de aquel Molino de Ribadeo se alzaba, solitario y majestuoso, un enorme póster de los tiempos de Estrella de mar y en la cabina nos mecíamos en los Días de verano con la cabeza llena de pájaros estivales.

Trae el nuevo mes un paso esbelto y saleroso. Su brío joven me envejece. Madrugan los profesores aún sin niños. Apuran las noches sin toque de queda los adolescentes, con los libros perfumando a pegamento y aroma a vieja imprenta toda la habitación. Se agolpan las noticias en la puerta de los periódicos, como si los pregoneros hubieran hundido su vocación de sabuesos durante la estación del mar. Y retiran, los hosteleros más sabios de esta costa, los carteles de sangría y mojitos de la puerta de los bares.

Confusa aparece la luna en la fiesta, menguante como los ojos de un gato, y me envuelve en minutos una niebla de luto y silencio que las aves intentan partir en dos con sus gritos de júbilo, que hoy me parecen siniestros: ahora la playa es para ellas, que son tan bellas como ladronas. Las miro, hundiendo los pies en la arena, aspirando toda la resaca de otro verano facturado y probablemente extraviado en cualquier aeropuerto, y me agarro como a un clavo de fuego al gran regalo de Amaral para este tiempo que, al marchitarse, se nos va haciendo extraño: “El deseo de vivir es lo que me está matando / la memoria de lo que fui como plomo en mis zapatos”.

Antaño en este mismo lugar escuchaba hacia el final de agosto Cuando suba la marea. Rituales. Hoy, son tan cortos los días que escribo ya a tientas, me enveneno con Nuestro tiempo, ese que en la voz de Eva es “para creer”, “para buscar”, “para olvidar todo lo que pudo ser y nunca será”. Y por si fuera a escamotear la dosis de ilusión que lleva implícita cualquier septiembre, por si fuera a dejarme llevar por el hastío de la pérdida de los días de sol, y no estando este lúgubre paraje para festejos, me brindan los chicos un poco de luz, para que a esta canción la inunde más tarde la pleamar y le comprometa la tristeza de mi cábala: “Es nuestro tiempo tan extraño y violento / parece que es el fin y solo es el comienzo”.

Todo verano necesita su canción de despedida. Te la llevas pegada al alma todo el otoño y a veces te sirve de quitanieves en invierno. Como esos amores de julio de los quince años. Y a mí lo que me acompaña estos días, en el macuto de la bohemia, es la soledad y el tiempo –nuestro- de Amaral, saltando al color desde esta playa en blanco y negro que ha sepultado otro agosto de luz y quimera.