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Popes80 | 2 diciembre, 2024

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Pau Donés, la mano que supo acariciar

Pau Donés, la mano que supo acariciar
Itxu Díaz

Hace un par de noches, perdido en el bosque con una botella de vino viejo y una guitarra acústica, me puse a tocar las canciones de los primeros conciertos de Los Elegidos. Por entonces caía un invierno oscurísimo al otro lado de la cristalera del Café Ópera Prima, con el brillo de las primeras nevadas del siglo, y nos guarecíamos de la soledad en las canciones de Enrique Urquijo, con el luto de su pérdida aún en el pensamiento. Completábamos el repertorio con las cosas que nos tocaban el alma aquellos días, pero nunca faltaban en el recital alguna canción de Jarabe de Palo, que tanto le gustaban a mi querido Pablo Pérez, que por entonces compartía escenario, sonrisas y pompas de ron con nosotros.

Cuando anoche toqué La flaca bajo el robledal, con sus acordes grabes de ascendencia cubana y su estribillo caramelizado en el inconfundible timbre de Pau Donés, tan viva y tan eficaz tantos años después, comprendí mejor que nunca la grandeza de su obra. Bonito, Depende, Primavera que no llega, Dos días en la vida, El lado oscuro, Grita, y la joya que inmortalizó junto a Antonio Vega, Completo incompleto. Unas canciones llamaron a otras, unos recuerdos, a otros. Así, mientras la luna se eclipsaba en malvas, toqué muchas canciones suyas con la misma sensación en la garganta, la de estar transitando el corazón de alguien que ha sabido vivir con la emoción a flor de piel, dejándose lágrimas de llanto y risa entre versos, y tratando siempre de levantar el ánimo a los suyos a través de letras casi siempre cargadas de optimismo: “bonito, todo me parece bonito” fue un golpe de adrenalina para una generación que estaba más cerca del malditismo que de la esperanza.

Había recibido la noticia de su recaída trabajando en el Ministerio de Cultura, y me conmovió la sensibilidad del ministro Íñigo Méndez de Vigo, que decidió ponerse en contacto con él para transmitirle su afecto y su apoyo en un dolor que era lluvia sobre un suelo mojado. También a él le impresionó y con su graciosa naturalidad lo contó muchas veces después en radios y televisiones.

Después fue apareciendo y desapareciendo del foco, según las fuerzas, pero dando siempre una emocionante lección de amor a la vida. Como todos, supongo, ahora sabía que estaba muy mal, intentando compensar los dolores del cáncer con amor a la música y a las cosas bonitas de la vida. En su última aparición, hace pocos días, su rostro parecía tan sereno como cruelmente envejecido, y en su mirada había ya un matiz de ausencia, pero ni siquiera eso me hizo pensar que fallecería casi al tiempo que yo me acercaba a sus canciones por primera vez en muchos años, de un modo casual y caprichoso que ahora no me parece tan arbitrario.

Con esos temas se alzaron miles de recuerdos, porque lo que a lo grande comenzó la noche en que La Flaca sonó por primera vez por todos los bares, él continuó con racimos de singles de éxito inmediato, una habilidad peculiar en la que Pau Donés era uno de los más aventajados del pop español. Recorrer su repertorio me trasladó al vigor de juventud de un artista que derrochaba sinceridad, que no escondía nada, que se presentaba a las entrevistas sin careta, para abrir una maleta en la que las canciones se confundían con sus estados de ánimo, razón última por la que con tanta sencillez traspasaba el alma de sus fans, sobre todo aquella generación a la que La flaca le sorprendió alzando sus primeras copas y haciendo acopio de cada edición de las cintas de Carácter latino en las tiendas de música.

Pau Donés vino a revitalizar la escena pop de los 90, a plantar cara a lo foráneo en las listas de éxitos, y a demostrar que quedaba mucho por inventar en esa senda de mixturas latinas y poperas que otros habían recorrido antes, como Los Rodríguez o Seguridad Social. Pero lo hizo con nombre propio, con canciones que hablan al corazón (“Hoy estoy desafinado / Hoy estoy de calavera / Y el alma partida / La pena encendida / En la acera me he sentado / a esperar la primavera”), con una dedicación honrada y pasional al mundo de la música, y con un agradable sentido del cariño al universo de los artistas, los que saben amar.

Decía Gómez Dávila que “La mano que no supo acariciar, no sabe escribir”, y me ha venido a la mente al pensar que la manera tan extraordinaria de Pau Donés de escribir canciones tan diferentes y tan suyas a la vez parte de esa misma consideración. No hay un ápice de impostura en la mano de Pau Donés. Supo escribir canciones porque supo acariciar, sentir la vida; y lo demostró más que nunca en su largo calvario.

Con el abrazo a sus familiares, amigos y fans, con un puñado de oraciones por su eterno descanso, y el corazón agradecido por tantos momentos en compañía de sus canciones, quiero despedir a Jarabe de Palo en la seguridad de que su obra nos seguirá acompañando por años, que el nombre de Pau Donés no caerá en el olvido, y que, junto a sus canciones, atravesará enaltecido la prueba del paso del tiempo.