Una noche de lluvia y canciones
Lugo. Una cortina de lluvia, brillante el suelo teñido de chispazos ocres, y un bosque multicolor de paraguas. Una pareja frisando los 50, sin separarse un milímetro el uno del otro, la vista fija en el escenario aún vacío, coronado por el letrero de La esquina de Rowland, una seña de identidad luminosa que combina la bohemia y la juerga, el pasado y el presente. Cuatro veinteañeras, danzando con las galas que exige el protocolo para plantarse ante los G, confesándose secretos escondidos en canciones que ya son patrimonio universal. Dos abuelos, allegados hace poco al repertorio, aguardaban el show alejados de la masa, con la serenidad del observador de una puesta de sol en Finisterre. Buenos amigos al lado, subiendo y bajando copas como en un sábado noche, el ejército de la risa. La chica de los ojos de cristal, embelleciendo la ciudad desde su cercana lejanía, presente en todas las canciones. Las miradas de la ilusión, en la espera, ya bien anochecida la muralla. Y el rumor creciente de verlos asomar entre bambalinas.
Cuatro décadas recorriendo escenarios de éxito de todo el mundo te dan el bagaje suficiente como para mirar cara a cara al cielo ennegrecido, saltar al ruedo, rompiendo el silencio con la batería de Javi marcando la marcha nupcial de Voy a pasármelo bien, y hacer del rock una catedral de acordes, que lo de anoche fue un matrimonio de dos horas, nunca interrumpido por la indefinición.
Euforia, respeto y admiración. Y fiesta, mucha fiesta. No había un solo instante de distracción, un momento para bajar los brazos o acallar gargantas, frente al catálogo de clásicos de ayer y de hoy que los Hombres G fueron desplegando en Lugo –como si horas antes no hubieran reventado Vigo ante más de 25.000 almas-, con esa energía tan especial que solo estos cuatro locos saben transmitir y que, no solo no ha menguado con los años, sino que ha terminado por consolidar una forma de estar ante la vida musical, una manera de pasar por los escenarios dejando huella en los suyos y despertando complicidades.
¿Quién puede tocar un acorde en un golpe, menos de dos segundos, y detenerse, y que miles de personas respondan cantando al unísono toda la letra, una canción de hace 40 años, mientras el grupo los observa sonriendo de brazos cruzados? Marta tiene un marcapasos. Hay muy pocos en el mundo que tengan ese privilegio, y en realidad, el privilegio es nuestro, porque son españoles, porque son nuestros Hombres G.
Un montón de recuerdos al sonar Indiana. ¿Dónde estabas tú? La pausa templada de Temblando, tal vez nunca tal real, que había vuelto a jarrear del cielo, la tradicional lluvia de sujetadores en Suéltate el pelo, y el color del saxofón derrochando tonos rojos y brillantes en No te escaparás. Un momento especial, la emoción de La esquina de Rowland, que ya guardo algunos secretos entre sus versos, y una noche que querríamos estar viendo desfilar más despacio; total, ya estábamos empapados. En Lo noto, el aullido más audaz: «que yo seré un cabrón pero no un tonto»; en Voy a rezar, la magia de la realidad, y buscar con la mirada tu mirada.
En la recta final, la locura con Sufre mamón, tan vigente que David podría volver a firmarla cada día, el recuerdo en los corrillos de que hay que ir a ver la película de los Hombres G; un grupo de treintañeros que hacía cola para templar la euforia con otro cubata, el aplauso sereno y firme de los dos abuelos, la sonrisa dibujada en las arrugas, y la mano fría de la niña de los ojos de cristal, atenta a colorear la noche con los tonos del mar, bandeando suavemente su contorno en cada canción. Llovía y se iba. Y llovía de nuevo. Como la vida.
En la despedida, larguísima la ovación, a este doble concierto en Galicia, la sensación de que lo mejor está por venir porque, una vez más, los Hombres G están más inspirados que nunca, su repertorio está en la enésima juventud, rozando toda inmortalidad, y porque el año que viene vendrá repleto de momentos bonitos para sus fans.
Si me das a elegir, como en el clásico de Los Chunguitos, quiero llegar a su edad como ellos, intacto el talento, afilado el humor, la conciencia limpia, la madurez sin imposturas, la ilusión por seguir abriendo los caminos del arte, y la cultura cimentando el paso de los años. Si no, al menos, pasear por la esquina de Rowland un día de lluvia lucense, detenerme, bajar la cabeza, y tener una historia que contar, algo que escribir que pueda llenarte el corazón, escuchando las canciones de nuestra vida, la banda sonora original de David, Dani, Rafa, y Javi.