Como cae un ángel
Los fogonazos del faro iluminan el cielo del salón. Cuatro destellos cada veinte segundos. Se rompen en mil perlas de luz, fulgores blancos en las galerías de enfrente. La soledad es un adverbio. Está el cielo rosa oscuro esta madrugada, como en el invierno de mi niñez, y del fondo de la nada emerge la voz lóbrega de Diego Vasallo, abriéndose paso en la tiniebla de la casa dormida: “Te has perdido en este ruido extraño / te has mirado en el espejo de los años / y no has encontrado nada”. Al fin le ha llegado el otoño a Caemos como cae un ángel. Cobalto en el cielo, café, las nubes quijotescas de un cigarrillo.
Allá donde evoca “la memoria intacta de las hiedras”, guardan las horas del limbo nocturno el espejo de un pasado. Sopla ligerísima la brisa, tal vez llegue a mecer también tu pelo, y los acordes envuelven la memoria. El perfil cincelado de unos labios está en el pliego de esta vela inquieta. Adormece Después de todo los demonios: “Me temo que no he sido bueno / pero nunca fui malo / cayeron a veces rayos y truenos / encontrarte fue un regalo”. La cortina, al bailar, forma una rosa blanca en el jarrón de la memoria que se alza junto a la ventana.
Gira el disco en las horas ligeras de la pendiente de esta otra mitad de la noche. Y Caemos como cae un ángel: “A veces nos perdemos sin darnos cuenta / Como las gaviotas en la tormenta / Parece que no tenemos prisa / Que no hay nada más allá / De esta suave brisa”. Y en sus sonidos y coros, entre la alegría y el miedo, parecen desperezarse amaneceres para amordazar al “fantasma de la tristeza”. Al fin, está escrito en la cara oculta de esta luna, “tu deseo es una lluvia de flechas / tu amor una avalancha, una inmensa brecha / una llamarada”. Justo ahora que la lluvia ha dado una breve tregua a las calles.
No sé qué habrá sido de los dondiegos del verano. De las huellas de la resaca en la arena. De la piedra de cuarzo que escondí en nuestra cueva. A veces la calma bajo las estrellas, esa luz eclipsada, te lleva a hojas del calendario que ya hemos visto arder. “Sé que todo te parece extraño”, te dice ahora en Línea directa con tu corazón, “un lugar distinto / que en tu voz hay desengaño / y no rendición. / Sé que en tus cicatrices no hay rectas / solo un laberinto”. Lo recorro a veces, buscando la salida al mío, y ahí me pierdo mejor, como las notas perezosas que acunan Un metro de nieve. Cabeceo placentero, extraviado en versos, más inspirado que nunca nuestro artista, meciéndome en las olas de los sueños, y en recuerdos que ya no recordaba.
Otra ronda del camión de la basura me sorprende en el limbo. He creído ver unos ojos divertidos brillar en las tinieblas, y el perfil liviano de algún pájaro en el estante de los poetas. Su ruido mecánico me ha devuelto al siglo XXI. Duermevela. Ha calmado la brisa y abandono el apurado en tinta del papel, dos vueltas a Caemos como cae un ángel son una lujosa degustación de oscuridad, bohemia y lírica.
El rosa es más claro ya en las nubes. Se despereza con suavidad en el sofá Rumbo equivocado, una despedida: “Amanece en las esquinas / la noche se saca su última espina / y aparta mis pasos / de un rumbo equivocado”. Mejor tentarse –murmuro como un viejo loco en el pasillo- el corazón en el camino a cama; mejor no olvidar que “ahora, de todos modos / quedan huellas secas en el lodo / tras el vuelo de las horas”. Caemos, sí, como cae un ángel.
El rosa es más claro ya en las nubes. Se despereza con suavidad en el sofá Rumbo equivocado, una despedida: “Amanece en las esquinas / la noche se saca su última espina / y aparta mis pasos / de un rumbo equivocado”. Mejor tentarse –murmuro como un viejo loco en el pasillo- el corazón en el camino a cama; mejor no olvidar que “ahora, de todos modos / quedan huellas secas en el lodo / tras el vuelo de las horas”. Caemos, sí, como cae un ángel.